miércoles, 29 de diciembre de 2010

La Estrella de Belén

La más reciente producción del Orfeón Fernández Caballero es el musical navideño "La Estrella de Belén", el cual se estrenó el pasado 28 de diciembre en el Auditorio Víctor Villegas de la ciudad de Murcia. Está basado en el misterio bíblico de la Anunciación, Nacimiento y Adoración de Cristo por los pastores y los Magos de Oriente, los cuales -como es bien sabido- fueron guiados mágicamente en su camino por una refulgente estrella. Una de las peculiaridades del texto es que no se reduce a contar la conocida historia del Nuevo Testamento de una manera convencional, sino que la acción está inscrita en otra, que le sirve de marco: la cena de Nochebuena de una familia de clase media. Esta licencia, además de aportar la coherencia narrativa necesaria, sirve para salpicar la obra de hilarantes referencias cotidianas y alusivas al difícil momento presente que vivimos. La crisis y el paro, grandes problemas colectivos de nuestra sociedad, asimismo atenazan a los personajes del marco, que esta Nochebuena tal vez tengan que cenar patatas fritas y olivas, "y brindar con gaseosa, que también tiene burbujas" (como asegura uno de los familiares con una gran dosis de humor negro), y curiosamente se hacen extensivos a los propios personajes enmarcados, como es el caso de los soldados romanos del Palacio de Herodes, que desfilan a ritmo de tango, y se lamentan de sus precarias condiciones laborales y de la agobiante crisis que les acucia, como consecuencia de la cual no tienen "ni pa' guantes".
Al igual que los textos -cantados o dialogados-, la autoría de la música también corre a cargo de Margarita Muñoz Escolar, directora del Orfeón, y está interpretada por la recién creada formación orquestal, que ya cuenta con una quincena de jóvenes músicos.
Aunque quien esto escribe, por falta de tiempo, no ha podido implicarse en este montaje tanto como le hubiese gustado (me he limitado a cantar en el foso de la orquesta), sí que ha sido testigo del titánico esfuerzo de quienes se han dejado la piel en el mismo, mis compañeros, que han defendido papeles protagonistas con gran solvencia sin poseer una formación dramática; de aquellos otros que se han encargado de la creación de la tramoya, el vestuario, los decorados... con una dedicación desinteresada y haciendo gala de una gran intuición; y, por supuesto, los "cocineros" del banquete, la directora Margarita Muñoz, por ser nuestra particular "Estrella de Belén" y sabia poseedora del secreto de las tres T (Talento, Trabajo y Tesón); la jefa de coro Inma Leal, por su gran capacidad organizativa (para este montaje se han movilizado todas las secciones del Orfeón: en pocas ocasiones se había visto tanta gente subida en el escenario del Víctor Villegas), el subdirector Javier Caballero, y un gran número de colaboradores desinteresados que pusieron sus capacidades y su tiempo al servicio de este ilusionante proyecto.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Isabel María Abellán

Dentro de los Encuentros sobre Narrativa que viene celebrando la Asociación de Escritores de la Región de Murcia (AERMU), se celebró el pasado viernes 17 de diciembre en el Colegio de Periodistas una conferencia-coloquio con la participación de la escritora cartagenera Isabel María Abellán. La autora se refirió -entre otros asuntos- a las circunstancias un tanto casuales que la llevaron a escribir su primera novela, La línea del horizonte, ya que durante la realización de un trabajo de campo con sus alumnos -ella es catedrática de Historia en un instituto- un anciano le hizo una tremenda revelación: le confirmó la existencia de un campo de concentración franquista en Albatera, localidad alicantina ubicada en la Vega Baja del Segura, en plena continuidad con la huerta murciana. Este fue el origen de una investigación que la llevó a profundizar en el tema, tras la que consiguió ubicar físicamente el campo e incluso conocer a otros supervivientes que estuvieron recluidos allí. Otras obras suyas son El silencio perturbado, libro de relatos con el que Isabel María ganó el III Premio Internacional Vivendia, y El último invierno y otros relatos, su más reciente creación, el cual ha sido publicado en Ediciones Irreverentes.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Homenaje de AERMU a Marcelino Menéndez

La Asociación de Escritores de la Región de Murcia (AERMU), como tenía previsto, celebró el pasado día 15 de diciembre en el Salón de Grados de la Facultad de Derecho de la Universidad de Murcia su particular homenaje a Marcelino Menéndez González, su presidente fundador. En un acto cargado de intensas emociones, el expresidente de AERMU y prolífico escritor estuvo acompañado por su esposa e hija, las cuales fueron obsequiadas por la Directiva con sendos ramos de flores. Por su parte, Marcelino recibió de manos de la actual Presidenta, Isabel Martínez Miralles, un diploma en el cual se le reconoce como Presidente Honorífico de la Asociación que él mismo fundó, junto a otros socios, en el año 2008. Tras la apertura de la sesión por parte de la Presidenta y de dos de los socios que más vivencias han compartido con Marcelino en los primeros y dificultosos pasos de AERMU, como son David Botía Ordaz y José Martínez Giménez, llegó el turno de la poesía: fueron bastantes los socios y amigos los que quisieron recitar algún poema del homenajeado, entre los cuales estaban Isabel Grima, Juan Antonio Pellicer, Isabel María Abellán, Paqui Martínez Merinos y los poetas uruguayos invitados Julio Pavanetti y Anabel Villar, ambos miembros del Liceo Poético de Benidorm, que no quisieron perderse el acto.

En la imagen, Marcelino Menéndez (izquierda), junto a los poetas Juan Manuel Marín y José Martínez Giménez, unos minutos antes de que diera comienzo el evento.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Amancio Prada

Bellísimo concierto el que ha ofrecido esta noche Amancio Prada en la Iglesia de las Anas, de Murcia, acompañado por el Orfeón Murciano Fernández Caballero, en sus secciones Titular e Infantil. Se trata del tradicional concierto de Navidad que ofrece habitualmente la Universidad Católica San Antonio (UCAM). Con la iglesia abarrotada de un público entregado, Amancio Prada fue desgranando los poemas musicados del Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz, que tanto éxito le han reportado. Piezas singulares y hermosas como Del verbo divino, Mil gracias derramando, Entrado se ha la esposa o Vuélvete, Paloma fueron acompañadas por las dos mencionadas secciones del Orfeón. Asimismo, fue magistral la interpretación de los dos violoncellistas que acompañaban al cantautor: Hilary Fielding y Rafael Domínguez. Uno de los momentos más emotivos de la noche fue el recuerdo de Amancio al recientemente fallecido Enrique Morente, a quien dedicó una de sus primeras canciones. La velada concluyó con la deliciosa Que no se despierte, y la repetición del villancico Del verbo divino, durante el cual el artista se bajó del escenario e hizo cantar al público. Unos minutos antes de la actuación tuve ocasión de charlar un rato con él, y hay que decir que su persona transmite una vibración especial; una paz y una sensibilidad verdaderamente desusadas, quién sabe si de tanto -y tan bien- codearse con los grandes místicos de la lírica castellana.


(Foto: Fran Bécares. De la GALERÍA FOTOGRÁFICA publicada en el diario "La Opinión" de Murcia)

lunes, 13 de diciembre de 2010

Presentación de "Florilegio poético", la primera Antología de AERMU.

[ Este artículo no ha sido redactado por el autor de este blog, sino que ha sido extraido íntegramente de la página oficial de www.aermu.es ]


El viernes, día 10 de diciembre de 2010, a las 20 horas, tuvo lugar la presentación de Florilegio poético, primera antología de la Asociación de Escritores de la Región de Murcia (AERMU).
El salón de actos del IES Licenciado Cascales, lucía esplendoroso, no sólo por su esmerada arquitectura y bella e ilustrada ornamentación, sino sobretodo por la cálida y multitudinaria presencia de un público excepcional, que próximo al centenar de personas, mostró en todo momento un cálido interés y excepcional acogida a esta primera publicación de AERMU.
A la entrada, los dos vocales de AERMU, Mª Ángeles Valero y Miguel Molas se encargaban de repartir un ejemplar de la antología a cada socio.
En la mesa presidencial, flanqueada por banderas, se hallaban sentados, de izquierda a derecha, D. Juan Tomás Frutos, Dª Isabel Ascensión M. Miralles y D. Marcelino Menéndez González.

La introducción del acto fue llevada a cabo por la presidenta de AERMU, quien manifestó que esta primera antología es un éxito de AERMU, tanto de los que han plasmado sus poemas en él, como de los que no lo han hecho en esta ocasión, pues todos y cada uno, contribuimos al avance de AERMU, desde nuestra idiosincrasia particular. Incidió Dª Isabel Ascensión en la necesidad de sentirnos unidos como grupo con vocación de crecimiento y expansión y de confiar en que con la colaboración de todos, esto es posible.
Agradeció la presidenta a D. Marcelino el haber sido el promotor de la antología, aunque diversos problemas han hecho que resultase un tanto complicado el sacarla a la luz, lo que ha requerido la colaboración de la presidenta, junto con varios socios, para gestionar y solventar los obstáculos que impedían dar el visto bueno para su publicación, lo que ha demorado el resultado final.
Agradeció igualmente la presencia de D. Juan Tomás Frutos, excepcional orador, que hizo las delicias del público.


Tras la disertación efectuada por todos los miembros de la mesa, muy aplaudida por todos los asistentes, se dio paso a la recitación de poemas por parte de los socios que habían comunicado su deseo de hacerlo. Dicha lectura resultó especialmente brillante y emotiva por ser acompañada al piano, magistralmente interpretado en sus melodías por Francisco Serrano, que hizo gala de un talento desconocido para muchos [sic].

Al final, Dª Isabel Ascensión dio la posibilidad de poder expresar libremente ideas, opiniones, sentimientos, por parte de los asistentes.
Dª Rosa García Oliver valoró como positiva la labor llevada a cabo por D.Marcelino Menéndez y expresó su deseo de que la asociación pueda seguir contando con su apoyo .

El socio D. José Martínez Giménez manifestó su complacencia por el buen rumbo que AERMU está tomando y expresó su gratitud y confianza en las gestiones llevadas a cabo por la actual presidenta , solicitando un aplauso para ella.

martes, 7 de diciembre de 2010

El manuscrito deshabitado

El manuscrito deshabitado es una novelita corta que escribí en la primavera del año 2009. Está dotada de un carácter marcadamente metaliterario, pues hace una reflexión en tono de humor sobre el proceso mismo de la escritura, de la propia creación narrativa. A continuación reproduzco las primeras páginas del texto. El libro completo puede conseguirse en www.lulu.com, en versión papel, por 13,93€, y en formato PDF, al precio de 6,25€.
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Carbajosa de la Sagrada, 26 de abril de 1994.

Estimado señor Tordesillas:

Lo primero de todo debe ser presentarle a usted mis más sinceras disculpas por la tardanza en contestarle, lo cual no ha sido por desidia, antes al contrario: como he considerado que los delicados sucesos de los que usted me pide detalles merecen ser abordados con cierta escrupulosidad, me he permitido redactarlos de mi puño y letra, agrupándolos en el cartapacio que le adjunto, en el que vienen relatados con rigor. Le ruego que disculpe los defectos que mi modesto escrito pueda presentar (que no serán pocos, a buen seguro) y sepa que ha sido elaborado con la única ambición de que pueda servirle de borrador, para que su pluma, con la inefable maestría que la caracteriza, sea capaz de tejer un brillante relato.

Expresándole mi más profundo respeto y admiración por su trabajo, reciba un cordial saludo de este su seguro servidor.

Afectuosamente:


Alfonso Mena Urrutia

P.D.: Encontrará intercalados entre las páginas algunos recortes del periódico local, haciendo referencia al asunto.
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Laboratorio era un mundo rectangular, de techo alto, altísimo. Las paredes, siquiera sin enjalbegar, mostraban, impúdicas, su rojiza desnudez de adobe. El suelo, de baldosas desconchadas y cariadas por el efecto de la humedad, revelaba aún sus antiguos tonos claros, si bien bastante renegridos o enmohecidos por una especie de pátina verdosa. Desde el techo, como un arácnido por su tela, se descolgaba el sol, que estaba encerrado en una polvorienta bombilla adornada con una caperuza de papel de seda. La luz incidía de plano sobre una mesa, la mesa de los chirimbolos, que decía Pablo, cuyo tablero, por mera observación, no se podría asegurar que en realidad existiera si no fuese por la evidente razón de que aquella ingente cantidad de objetos y herramientas tenía que descansar sobre algo. Allí, las tuercas, los destornilladores, las llaves inglesas, los pequeños estuches repletos de fusibles, de transistores o de resistencias, los soldadores, los rollos de estaño, y una infinidad de raros utensilios con nombres seguramente aún más raros, se revolvían en una caótica nube de brillos metálicos. Por los cajones entreabiertos se asomaban abigarradas marañas de cables de diversos calibres, que se entregaban a las más anárquicas formas, olvidados para siempre del disciplinado rigor helicoidal de su configuración primera. A dos o tres pasos de la mesa se erigía un descomunal y destartalado aparato, que bien habría podido ir de bracete con la improvisación y la chapucería: venía a ser algo así como un armario ropero lleno de diodos, luces y displays, con manecillas que no eran sino mangos de cucharas, y pantallas de cuarzo líquido extraídas de relojes viejos o de algún que otro videojuego de esos de bolsillo, adheridas de cualquier manera al tablero de aquel inmenso artefacto. Destacaba, en su frontis, un pequeño buzón situado en la parte inferior izquierda, un extraño abultamiento en su parte más alta, y un gran hueco cubierto con una larga cortina, a la derecha, que daba al artilugio un cierto aire de fotomatón. Desde su panel dorsal, una gruesa manguera serpenteaba por toda la estancia y venía a conectarse en su extremo al puerto serie de un ordenador que había sobre una pequeña mesa de escritorio, junto a la pared. Podría decirse que ése era el puesto de mandos en el que Pablo pasó las varias semanas que tardó en elaborar todo el entramado informático del experimento.

También pegado a la pared había un pequeño catre, siempre cubierto por un montón de papeles y libros que Pablo no recogía nunca. Muchas veces solía suceder que, estando acostado, se revolvía durante horas molesto por algo que le incomodaba, hasta que se lograba sacar de la espalda algún papel recio y arrugado que tal vez había echado de menos desde hacía varios días. Junto a los pies de la cama había un palanganero a la antigua usanza, con una jofaina blanca y un espejo, y un poco más allá, sobre una gran peana de cerámica, un macetón negro sobre el que se erguía, colosal, un gladiolo de dimensiones extraordinarias. La planta, si en su juventud creció enhiesta, cuando se encontró con el techo se debió desquiciar, y comenzó a arquearse, para después replegarse hacia el suelo, hasta adoptar por fin su aspecto definitivo -como un gran signo de interrogación-, el cual parecía sumirla en una eterna y pasiva perplejidad.

Laboratorio tenía un satélite llamado Blanca Paloma, que se hacía visible cada dos horas, durante unos tres minutos. No me es posible precisar ningún detalle sobre otras peculiaridades del astro, como su trayectoria exacta, su origen, su masa real o su naturaleza. Lamentablemente, sólo puedo atenerme a los aspectos físicos y puntuales que exhibía en el entorno de Pablo. Blanca Paloma, durante esos tres minutos en que cruzaba Laboratorio, tenía la apariencia de una mujer joven todavía, con el atractivo ajado que los años consienten en los rostros que se supieron bellos, angulosa en las facciones, corpulenta, los ojos vivos, la tez morena, el porte digno, aunque a menudo éste se dejara intimidar por un perpetuo malhumor que se solía traducir en frecuentes exabruptos y actitudes prosaicas que rayaban en la mera grosería. Vestía de blanco desde la diadema a los zapatos, que en realidad eran unos zuecos; una blusa, una falda sencilla, unas medias y una bata, rivalizaban a muerte en blancura sobre su cuerpo. Desde su garganta solía desatarse un timbre pantagruélico sólo comparable a la sirena de un petrolero, para articularse en frases tan tremendas como ésta: “¡Mala carretilla me corra, er carvario que tengo yo con este tío mierdoso!”. Luego, mascullando otros disparates, limpiaba un poco el polvo, recogía los vasos y los platos sucios, y desaparecía.

Blanca Paloma desconocía por completo la empresa de Pablo, dado que él, precavido de sus entradas, siempre procuraba interrumpir lo que estuviera haciendo pocos minutos antes de su aparición, apresurándose a cubrir la gran máquina con una sábana, y esconder todo aquello que pudiera delatarle. Entonces se arrellanaba en la cama y fingía leer algún libro, o si no, se hacía el dormido. Otras veces le daba por hablar en voz alta, canturrear, hacer gimnasia, o simular cualquier carnavalada que en ese momento se le ocurriera. En cierta ocasión, se le fue a Pablo el santo al cielo y no se dio cuenta de que Blanca Paloma estaba al caer, hasta que por fin entró y le vino a sorprender trajinando con un tubo de aluminio entre las manos. Su mente, tan pronto como notó aquella presencia, tuvo el suficiente despejo como para definir en décimas de segundo cuál era su única alternativa: sin dar tiempo a que los ojos de Blanca Paloma le escrutaran, Pablo asestó un tremendo golpe a la bombilla, cuyos cristales se oyeron tintinear por toda la habitación. A fin de disimular, Pablo adobó su interpretación con espeluznantes alaridos, acometiendo al aire con el tubo, dando bandazos a voleo, muchos de los cuales llegaron, incluso, a descargar sobre las costillas de Blanca Paloma que, con su voz aguardentosa, gritaba y maldecía como nunca.

No trajeron mayores consecuencias aquellos sucesos, que se olvidaron pronto. No obstante, continuaron los fingimientos por parte de Pablo para preservar en secreto su trabajo. Los primeros días pudo notarse cierta extrañeza en el gesto de Blanca Paloma al ver el armario cubierto por la sábana, pero lo debió tomar como una majadería más de Pablo, pues nunca llegó a sospechar que aquel sudario ocultaba a sus ojos la profunda metamorfosis que el ropero estaba experimentando.