sábado, 28 de noviembre de 2009

Muñecas


En este breve e inquietante cuento se maneja uno de los elementos típicos de la cinematografía de terror, como son los muñecos infantiles (Dolls, Muñeco diabólico, etc.) en un escenario que curiosamente también será recreado posteriormente por el cine en The ring (2002): un pozo y una niña que muere en el mismo.




LAS MUÑECAS (1995)

Era una tarde de verano. Los rayos del sol caían, severos, sobre las grises baldosas del patio donde se hallaba la pequeña Verónica jugando con sus muñecas. Su tierno rostro parecía encontrar más sosiego cuando se sentía observada a través de los cristales de la puerta por su madre, la cual tejía mientras se mecía pausadamente. Las paredes encaladas del patio, blanquísimas, iluminaban la estancia interior de un modo sorprendente. En las esquinas colgaban macetones de geranios rojos y, en el centro, había un pequeño aljibe, cuyos brocales estaban invadidos por una espesa enredadera. Como cada tarde, Verónica estaba en el suelo, apoyada en el aljibe, aprovechando su sombra, y alrededor de sus piernas tenía desparramadas varias muñecas -algunas de ellas con algún miembro roto-, una pelota de goma, un payaso dominguillo que siempre permanecía erguido por más que se le empujara, y una pequeña balsa hinchable que sus padres le habían comprado al comienzo del verano. Cuando chapoteaba en el agua con las muñecas sonreía abiertamente, mostrando la angelical belleza de los cuatro años con los que contaba. Su madre, entre puntada y puntada, levantaba la vista para contemplar la satisfacción de la chiquilla, a la vez que esbozaba una leve sonrisa y le decía, con el canturreo con el que se les habla a los niños y tratando de incitar la piedad de la pequeña - Pobrecillas, las vas a ahogar, ¿no te dan penita? - a lo que la niña mostraba su indiferencia riendo con un ansia que rozaba la sordidez.
La tarde pasaba tranquila. La mecedora de la madre de Verónica permanecía inmóvil. Sus manos, posadas sobre los muslos, agarraban sin fuerza los moldes de tejer. Miró hacia afuera pero sus ojos no encontraron a la niña. Instintivamente, saltó de la mecedora y salió al patio. Corrió hacia el aljibe y en sus brocales descubrió su colección de muñecas, erguidas, más sonrientes de lo habitual, e inexplicablemente cogidas de las manos, formando un círculo que rodeaba la boca del pozo. Quedó momentáneamente petrificada ante tal visión pero, con un impulso de valor, arremetió de un golpe contra las muñecas, lanzándolas al suelo. Aterrada, asomó la cara al interior del pozo y, sobre el agua, pudo ver el cuerpo sin vida de su hija. Su larga cabellera flotaba sobre las oscuras aguas enfatizando el gesto terrorífico del cadáver. Los renegridos ladrillos interiores del pozo retumbaron por el estridente y desgarrador grito que salió de su garganta. De repente, notó unas manos sobre los hombros. Horrorizada, se revolvió y su rostro se tornó más tranquilo al ver que se trataba de Arturo, su marido. Antes de que le diera tiempo a explicarle nada, se dio cuenta de que no estaban junto al pozo sino en el interior de la estancia contigua, y que Verónica seguía jugando plácidamente en el patio con sus muñecas. Todo había sido un mal sueño.
Por la noche, durante la cena, el matrimonio bromeó sobre lo sucedido. Mientras, la luz de la luna penetraba en el pozo e iluminaba una muñeca con gesto retorcido que flotaba sobre el agua.

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